¡Hay que rejuvenecer! (5 de diciembre de 2011)

La vieja juventud duerme en una cama de balas, en donde está cómoda. Lee los encabezados de los periodicos para evitar la fatiga y discute en torno a lo que otros reflexionan. Reposa entre las mentiras del espejo, complacida de contar las lágrimas ajenas mientras se mofa de las cruces y la fe engañosa.  La vieja juventud se postra disfrutando su retiro antes de la vida; se levanta del suelo antes de haber caído. Tiene arrugas en sus manos, que envejecen entre los cuadros que conforman su contacto con el mundo; escribe sin ver, vive sin ver. Se mancha de falsos placeres que pintan su rostro de sonrisas efímeras y gestos superfluos; intenta sonreír encerrado en una soledad opacada por el intento de agradar, por el anhelo de tener a alguien.

No sabe cómo crecer, porque ya nació vieja; su reloj le vino descompuesto. Algunos dicen que porque el mundo es más rápido, otros que porque las otras generaciones van de rodillas. El caso es que el joven brinca de lado a lado sin ver; sin ver más que una virtualidad de pocas virtudes, lo único que le permiten divisar sus cataratas entre las pantallas Led y el HD. La edad no le deja dormir mucho. Duerme a las 2.00 am. Actualizando su estado donde finge ser quien no es, mientras declara por chat su odio por la política mentirosa, denominándose amante de la sinceridad; creyendo que la verdad es inmóvil cuando esta se mueve tanto que jamás la alcanza a ver. Se levanta a estudiar algo que no disfruta mucho; la vida. Ve la crítica como un recurso para verse superior y se niega de recibirlas por temor a la superioridad ajena. Su mayor temor es tener miedo. Su principal tortura es no encontrarse.

La vieja juventud sufre demencia senil disfrazada de paranoia justificada. No encuentra un rostro amigo, porque vivió su adulta infancia entablando lazos con el espejo, aunque jamás logró llevarse muy bien con su reflejo. Conformista de sí mismo e inconformista de los demás, su mayor fantasía es brillar sin moverse y moverse brillando por los caminos de la absurda comodidad. La vejez de su alma se extiende, se contagia por admiración, pues ser ciego, paticojo y usar hollister y aeropostale es estar a la moda. Le encantan los retos de pleistaichon. Esos que llenen un poco sus sueños de puntuación perfecta, que le ayuden a meter goles en el FIFA y sudar menos; que le permitan tocar mejores notas en su guitarra falsa y aprender lo menos de arte para no perder el tiempo en lo que no quiere perderlo. La vieja juventud quiere ser fuerte, pero no sabe cómo. Disfruta pasar sus minutos entre aparatos, pesas y ejercicios que alimenten el escaso auto respeto que le queda negándose a ingerir las píldoras de conocimiento que se anuncian como genéricos en descuento.

La vieja juventud carga con los pecados que ya cometió la humanidad alguna vez e incurre en ellos como adicto a los errores, es quizá una forma de encontrar certeza. Busca placeres en cada rincón, entre pastillas, alcohol y humo; se busca a sí misma. Los jóvenes envejecemos antes de tiempo. Somos una generación de ancianos veinteañeros que no juegan ni dominó ni  disfrutan en su mecedora; nuestro dominó es jugar a ser adultos y mecernos en el vaivén de la prematura vejez. 

!Hay que rejuvenecer!

Cristian Vázquez


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