9 de abril de 2023

Recuerdos, kilómetros y una selfie simuladora. Mi padre siempre ha dicho cómo quiere que terminen sus cenizas cuando muera: repartidas entre el camino de Ensenada a Mexicali, carretera que, según el, ha hecho ya miles de veces. Mi abuela fue firme, velada y enterrada tal y como quiso, sin desvelos, directo al panteón con sus hijos. He pensado en las cenizas, pero me niego a romantizar los funerales, soy más de romantizar las carreteras. La de Ensenada a Tecate ya la conozco bastante bien, más que a mi (¿de verdad alguien se conoce a sí mismo?).

Hay dos carreteras ya viejas. De mi abuela: La terquedad hasta la muerte, entrenada por el sacrificio de goteo, ese que lo mismo te mueve a sacar una familia adelante que a la muerte en un ritmo fugaz a costa del dolor de esa misma familia. Justicia tal vez.

De mi padre, el camino. También cueste lo que cueste. Manejar pensando en el amor a una familia aún y cuando se le distancíe. Los kilómetros para dar forma al trabajo, el trabajo para darle forma a los kilómetros, trotando o manejando. De ambos: las ganas de seguir ejemplos pero consciente de lo que más me llena, esa estrategia de saber cuándo sacrificar y cuando estar; de usar el camino para tomar aire o para desplazar.

No sabemos quiénes somos, por más procesos que llevemos. Pero si existe la reencarnación, es en vida. En los kilómetros hay dos personas que reencarnaron en este monito que maneja fingiendo que la foto no es una selfie, una la sigue haciendo, mi padre. Otra dejó de reencarnar hace unas horas, o lo hizo de forma definitiva tal vez. Hay una tercera: esa hace unos meses tuvo un accidente y arriba de una de las cicatrices que sobrevivieron inició recordatorios en su piel. Reencarnamos en quienes amamos en vida, reencarnamos de nosotros mismos también.

C.V.


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