De donde nunca he sido es de esta soledad tan tranquila. Soy intruso. No lo seré, pero me gusta visitarla. Tenía 22 y un par de veces llegué a negar mi afecto por Mexicali, pues alguien mencionó que cómo podía pretender tomar decisiones en una ciudad en la que no nací. “Mas ensenadense que un taco de pescado”, decía el que de chamaco la vivió bajando la rumorosa y parando en Tijuana.
A los cuatro años aprendí a leer. Nunca solo como en este sillón. Amanecía luego de un cuento nocturno y tomaba un camión de una colonia popular en Tijuana para llevarme a un colegio que creía detestar, donde movía las manos semiconvulsivas con la terquedad
de que los demás se pusieran a intentar leer y presumir a mamá que en el siguiente regreso a Mexicali o a Ensenada, ya sería yo el que leería.
Pero estuvimos más de un año en esa Tijuana. Una especie de placa gigante que se asoma en la memoria cuando busco repeler nostalgias, la ciudad que más he tenido presente y la que menos llamaría un hogar; la identidad vaga, esa heterogénea/ mancha que hoy sé identifica a muchos y lo entiendo: cada quien es de donde la piel indique cuando cruza cierto kilómetro, o cuando no lo cruza.
Ya he escrito que soy de ningún lado. Estoy en un terreno que pertenecía a mi abuela, en el sauzal. Estos días he reflexionado tanto sobre Tecate que me atrevo a decir que he perdido el miedo a confesar el cariño por un espacio que no se llama a sí mismo más que desde el miedo de quien siente que le pierde. En Tecate hay una gran capacidad para mantenerse como ellos mismos han elegido ser. Es hogar para no mover y a la vez, para crecer como en ningún lado; dificultad propia que no tiene que ser virtud, sino significado.
Hoy no peleo por ser identificado como de aquí o de allá. Agradezco el albur de haber nacido en Mexicali. He disfrutado más que nada en la vida recorrer la península y cada pueblo hacía san Quintín, la carretera, el misticismo del poblado donde vive solo quien debe vivir.
No me identifico como nada más que un mediocre lector que ha podido ejercer su onanismo en varios rincones de los cada vez más municipios. Me gusta saber que puedo dormir en varios puntos, quela vida es muchas veces una mierda más allá de las latitufes y que las paredes son hogares cuando abrazan lpor un tiempo. Mi casa es Tecate, el sauzal, es Mexicali, es la esquina de mis padres donde apesta a playa hermosa y es los brazos de a quien elijo amar en este lapso de camino. Mi casa es un libro que mediocremente leí veinticinco minutos y lo que mediocremente he caminado por casi treinta años desde que aprendí a no caer e inicié a caerme en casi cualquier lado.
Aquí estoy. Y aquí inicia mi 2024. Mañana y el lunes estaremos en otra parte.