Súbete 2011
Súbete y salpica un poco a tu suplente del brío que aún te sobra. Te llaman viejo, pero estás más vivo que muerto; más vivo que esta vida, más vivo que… yo. Estás; y en un recuento de tu camino recuerdo que cuando llegabas al mundo decidiste fundirte a mí desde el primer instante y unirte a mis obsesiones para engendrar una criatura de personalidades novedosas (que me provocó alguna vez una mezcla de incertidumbre y excitación llamarla “yo”) al cual le aquejarían cientos de experiencias trágico-cómicas que desembocaron en tantos nuevos comienzos.
Tantas, que hoy las entrañas de tu cuerpo se yerguen cual Sodoma y Gomorra con voz de fondo gritando un ¡No mires atrás!; pero… ¡Recuerda!: Recuerda que caíste varias veces en tus intentos de conocer roles ajenos al pasado. Recuerda cuántas veces hablaste liberando estéril plomo de tus fauces, recuerda las ocasiones en que pendiste de un hilo entre la permisividad y la tiranía, entre el mandamás incómodo y el líder productivo. Recuerda que dejaste atrás tantos logros, los pasos de tu vida para ir tras otros y hoy te persiguen los fantasmas del presente y del futuro. Apretaste demasiado el “pájaro en mano” que no te quedó más que tratar de cazar los cientos que van volando. ¡Cuánto tiempo perdido! Tú, áspera voz, manifiestas esa relatividad que sólo se descubre entre contrastes, entre reconocimientos e injusticias; pues aunque trates de revivir recuerdos en mi mente y citar las lecciones que gritaste y gritaste alguna vez, lo que más se queda aquí fue tu forma de invertir mis prioridades y alejar el final del camino a la siempre ofuscada esperanza. ¡Y ahora te quieres ir!
Así que no; no permitiré que te me vayas de las manos y correrás conmigo como el primer sprint después del banderazo de salida que pudo haber sido mejor, pero que sin duda es un parteaguas para el maratón de la vida; aquel que tantas veces parece carrera de 400 m. Súbete 2011, porque fuiste un año de pruebas y contrastes, de lucha y de desdén; de ironías y dudas; muchas dudas. Dudas que quiero que aumenten las horas que me queden de vida para seguir aprendiendo; seguir degustando de un año que deja en la boca un sabor de semestre incompleto, con tanto por hacer y con tan poca experiencia, con excesiva ilusión que también fue desengaño; entre el suelo de desconocimiento plagado de personas que brotaron como hongos sin cuidado y que brindaron soporte en tu andar; aunque también surgieron sus venenosas contrapartes. ¡Aún más provechoso!
Quédate. Quédate porque no quiero perder esta relación que cada segundo se vuelve más intensa y trae tantos encuentros casi sexuales con las letras ajenas y propias emanando un sinfín de placer día con día. No te alejes porque le has dado calma a mi espíritu en un reencuentro con el ser celestial en perfecto equilibrio. No te vayas justo después de que trajiste un nuevo sentido al amor lejos de la autoflagelación y el victimismo; detonaste las voluntades mal enfocadas. Quédate aquí y sígueme el resto de mis días para que aplastemos juntos a cada engreído que intente tomar tu lugar; y permanezcas ahí como el eterno recuadro surrealista del último aliento infantil, manchado por la sangre de las primeras laceraciones adultas y adornado por los colores de una buena dotación de sonrisas sinceras.
Súbete y vámonos.
Cristian Vázquez, 2011-2012.
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