Hay cosas en la vida que se vuelven parte de la rutina. Hábitos, costumbres; hechos que esperas con ansias, que anhelas y deseas que comiencen, que sean parte de ti y que con el tiempo se añaden a tu andar diario y en ocasiones, rayan en la monotonía. El automóvil que siempre deseaste que con los años se vuelve viejo, la mujer que te encanta y se vuelve tu esposa, la casa nueva, el juguete del niño.
Piensa en lo que tienes. En tu casa, en tu familia, la escuela; el trabajo… en todos esos pequeños detalles que conforman tu camino, tu mañana, tu tarde y tus fines de semana ¿Qué ves? ¿Qué ha cambiado de esa rutina con el tiempo? Imagino que muchas cosas…
Tenía 11 años. Era un niño gordito que jugaba basquetbol y veía enfadado los partidos de la Confederaciones 2005 sólo porque mis tíos disfrutaban con ansias cada encuentro y mis amigos comentaban en el recreo los goles y pormenores ¡Debía hablar de algo! No me gustaba el futbol.
De chico intenté jugar en las menores de Atlas hasta que descubrí que tenía dos piernas izquierdas, o dos derechas, da igual; el chiste es que era muy malo. Mi trauma con este deporte llegó al grado que durante 5 años traté de no volver a patear un balón a menos que fuera necesario.
Y unos meses después a aquella Copa Confederaciones, algo cambió (quisiera saber qué). El ambiente que se respiraba en esos días era algo que no me había tocado vivir con plena conciencia, algo que en Corea-Japón no percibí en lo más mínimo; el aroma a fútbol. Veía por las calles, en las tiendas, en las bebidas, en la ropa, en la tele y hasta en la escuela como todo el mundo hablaba de un tal Ronaldinho; se enorgullecía de Márquez, se especulaba de Guardado y se murmuraba de un tal “Kikin”, la naturalización de Sinha, el bigote de Lavolpe y el fichaje del Guille.
Eran finales de abril y principios de mayo. A mi madre se le ocurrió la brillante idea de regalarme un FIFA 2005 como detalle de día del niño (el primer y único regalo de día del niño que recuerdo) y con actitud especulativa lo abrí y me puse a jugarlo. Para esos días, las cosas se tornaban más futboleras.
En la tienda nos regalaron a mi hermano y a mí un balón de la empresa de refrescos roja y unas semanas después mi papá llego con uno de la competencia ¡Vaya regalo para un niño que detestaba el fútbol!
El punto es que para ese entonces yo ya era un adicto al popular videojuego y las cosas eran un poco distintas; comenzaba a aprenderme nombres de jugadores, de equipos, a imaginar goles… Recuerdo el día de la inauguración. Alemania- Costarica, 6 goles; ese día fue el comienzo del resto de mi vida. Terminó el partido, tomé el balón y salí al patio, quería jugar. Entendía que si siendo aún más niño y entrenando por dos años diariamente no pude dejar atrás el ser más tronco que un tronco, lo mío no sería regatear.
Puse el balón en el piso y comencé a tirar, una y otra vez. Aquel 9 de junio rompí mi primer vidrio; el primero de muchos. Y bueno, la columna no se trata de cómo aprendí a jugar futbol (cosa que aún no hago) sino de cómo aprendí a vivir futbol, a entender futbol, a que este fuera parte de mí.
Creo que con el tiempo ese mundial se quedará en lo más profundo de mi corazón como un parteaguas de mi vida. A veces añoro volver a sentir en mi corazón esas ansias por saber más, esa desesperación de tratar de comprender qué era el fuera de lugar; esa adicción a tirar una y otra vez y pegarle al poste, esa adrenalina de ocultar los vidrios rotos y el entusiasmo de disfrutar cada segundo de Mundial; esas ansías que no alcancé a revivir en Sudáfrica, esas ansias que sólo se viven una vez, la vez primera…
Hace ya cinco años el futbol se volvió parte de mi vida. Hace dos años mi novia se volvió mi mayor sueño; hace unos meses tuve mi primer vehículo y en poco tiempo comenzaré la universidad. Hay tantos detalles que llegan con el tiempo y se vuelven parte de tu vida; detalles que te forman y transforman, que cambian y revolucionan tu manera de ser y de pensar. Mis fines de semana no volverán a ser los mismos desde aquel Costarica-Alemania.
Me despido exhortando a que valoremos los pequeños detalles que viven en nuestra vida (valga la redundancia) y atreviéndome a preguntar… ¿Hace cuanto tiempo lo que hoy es parte de ti, se volvió parte de tu vida?
Cada quien tendrá su propia historia…
MARZO 2011
Cristian Vázquez.
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