Se me antoja un cambio, juventud.

Regálame un poco de tu apatía, juventud. Tengo ganas de probarla, tengo hambre. Tengo antojo de un cambio, hambre de alguna revolución; porque estoy harto de comer lo mismo y que haya poco en la mesa; porque si me das más de ella quizá pueda calmar mi conciencia y ver qué pasa. Porque quizá con un poco menos de ella, tú, querida juventud, también querrás un cambio; porque si me das tan sólo una probadita de tu apatía quizá no votaría por “Amlo”, ni por Peña Nieto, ni por Ebrard o Vázquez Mota, quizá no votaría por nadie, pero tú, sin duda alguna, votarías por un cambio.

Porque si pudiera pensar como tú, juventud, que sigues tu indiferente camino centrada en un yo individualista y al mismo tiempo carente de verdadera individualidad, lograría saciar este hambre, dejaría atrás la sed, vencería este antojo de algo más.

Porque la actualidad me está volviendo incrédulo. Porque me cuesta creer en el cambio que todos pregonan y es débil, débil como su conciencia, porque las ideologías pierden el corazón y el corazón se va acomodando detrás de la mente y estoy convencido de que las ideas deben de vivir de dicho corazón, pero de un corazón rojo, no verde, porque el verde es un símbolo de vida, pero la vida se empieza a vaciar y el verde se vuelve una falsa imitación de vida con cuerpo que «le tira» a la vida pero no llega y que tiene el rostro de George Washington.

Porque tengo ganas de un billete rosa mexicano, de monedas rojas como la sangre de tu bandera, con las cuales pueda comprarte la apatía, juventud. Porque tengo ganas de quitártela, pues aunque se que sí te la comprara quizá me consuma, justo como tú te consumes sin que te des cuenta. Estoy convencido de que podré darle una probadita a ese cambio que es la cura para mi pueblo.

Tengo hambre. Así que te la compro, juventud; te la compro y te la cambio por tu autonomía, por tu futuro, te la cambio por un mejor mañana; solo dame un poco de ella para matar mi antojo. 

¿Me das?

06 de noviembre de 2011

Cristian Vázquez.


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